El Cáncer y su relación con el síndrome metabólico, la obesidad y el sedentarismo.

Por: Dr. Ángel Apodaca Cruz, Subdirección Atención Hospitalaria y Consulta Externa del INCan

Oncologia.mx.– Durante los cambios que se sucedieron en el siglo XX, el relativo control de las enfermedades transmisibles (infecciosas, parasitarias) como consecuencia de los grandes progresos en esa centuria en su prevención y tratamiento, ha facilitado la aparición progresiva de otras enfermedades crónicas no transmisibles, de las que las 4 más representativas son: la cardiovascular, el cáncer, la obesidad y la diabetes mellitus (DM). Estas 2 últimas comparten parcialmente un «suelo» genético, cuya expresión ha sido acelerada por los espectaculares cambios de estilo de vida en los años siguientes a la mitad del siglo XX y que se perpetúan en la actualidad. En México en particular, estos cambios en el estilo de vida se modificaron rápidamente, en una sola generación pasó  de ser un país con problemas de desnutrición a tener severos problemas por la obesidad. 

Se conoce con certeza absoluta que las personas obesas tienen un incremento en el  riesgo de padecer cáncer de mama (en mujeres postmenopausicas), de colon, riñón, próstata, ovario, páncreas, recto, linfoma no Hodgkin, leucemia y mieloma múltiple. Las anormalidades en el metabolismo relacionadas al aumento de peso incluyen elevación plasmática de triglicéridos, glucosa y niveles de insulina así como aumento de la resistencia a la insulina. El estado de hiperinsulinemia crónica en los obesos reduce el factor de crecimiento relacionado a la insulina (IGF) ligado a proteínas  e incrementa el IGF libre (IGF-l). Con esto se ha propuesto que esta alteración metabólica promueve el crecimiento celular en general y particularmente el crecimiento de las células tumorales. Existe evidencia de que ambos, la insulina como el IGF-l pueden estimular la proliferación celular e inhibir la apoptosis, promoviendo el desarrollo del tumor. Estos efectos han sido demostrados para cáncer de mama, ovario, colon-recto, estomago, páncreas y próstata.

El síndrome metabólico (SM) en particular comprende un conjunto de factores de riesgo caracterizados por dislipidemia aterógena (trastorno de los lípidos que favorece la ateroesclerosis), altas cifras de presión arterial (HTA), resistencia a la insulina con o sin hiperglicemia, obesidad abdominal, un estado protrombótico y un bajo grado de inflamación crónica, que incrementan el riesgo de diabetes mellitus tipo 2 (DM 2) y de enfermedad cardiovascular.

La prevalencia del SM varía según la definición empleada para determinarla, así como de la edad, el sexo, el origen étnico y el estilo de vida, y oscila entre el 10 y el 80 %.  Entre las definiciones más empleadas están las propuestas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa nacional de educación sobre colesterol de los Estados Unidos (ATP-III) y la Federación Internacional de Diabetes (IDF). En el año 2005 se bajó el umbral de la glicemia en ayunas desde 6,1 a 5,6 mmol/L, de acuerdo con los criterios de la American Diabetes Association (ADA) para la intolerancia a la glucosa. Este trastorno es más frecuente en personas obesas —en especial de la parte superior del cuerpo— que desarrollan poca actividad física. 

Los criterios más empleados para el diagnóstico del SM son los del ATP-III por la presencia de tres o más de los siguientes factores:

• Obesidad abdominal: circunferencia de cintura > 102 cm para hombres y > 88 cm para mujeres. 

• Triglicéridos (TG) > 1,70 mmol/L para uno y otro sexos. 

• Colesterol de lipoproteínas de alta densidad (HDL-colesterol) < 1,04 mmol/L para hombres y 

   < 1,29 mmol/L para mujeres. 

• Presión arterial > 130/85 mm Hg para uno y otro sexos o que tomen medicamentos antihipertensivos. 

• Glicemia en ayunas > 5,6 mmol/L para todos los casos. 

Otro factor al cual se le ha considerado relevante en últimas fechas es el sedentarismo,  éste puede definirse como la falta de actividad física o de ejercicios físicos. Predomina en personas que realizan actividades intelectuales, como médicos, enfermeras, bibliotecarios, personal de oficinas y secretarias de casi todas las zonas urbanas del mundo entero, entre otros. Constituye un modo de vida o comportamiento caracterizado por movimientos mínimos, según la definición del Centro para el Control de Enfermedades, menos de 10 minutos por semana de actividad física moderada o vigorosa. El sedentarismo en estas personas produce un balance energético positivo, en el que la ingestión de calorías por alimentos sobrepasa el gasto de energía. El exceso de energía se almacena en forma de triglicéridos (TG) en el tejido adiposo, lo que conduce a la obesidad, que se agrava con el consumo de dietas no equilibradas. A largo plazo, sus efectos dañinos no solo influyen en el peso corporal, sino en alteraciones de todos los órganos y sistemas del cuerpo, entre los que se destacan las epicondilitis (dolor en el codo), los dolores musculares, las malas posturas, la fatiga visual y un incremento del riesgo de infarto del miocardio agudo y los diversos trastornos relacionados con la cardiopatía isquémica, además de fomentar la presencia de obesidad, síndrome metabólico y como ya se comentó previamente de cáncer; es decir, el sedentarismo constituye uno de los grandes factores de riesgo que explican las proporciones epidémicas actuales de las enfermedades no transmisibles.  La obesidad y el sedentarismo son condiciones vinculadas intrínsecamente; juntas son responsables de un gran número de enfermedades crónicas y de la disminución de la calidad de vida.

La prevención y el tratamiento de los pacientes con SM descansan en los cambios en el estilo de vida. Se deben consumir dietas hipocalóricas balanceadas que contengan 50-60 % de carbohidratos, preferentemente complejos, menos del 30 % en forma de grasas y de un 10-15 % de proteínas. Debe reducirse la ingestión de grasas saturadas, abundantes en las mantecas, que elevan los niveles de colesterol y TG en sangre. Los alimentos deben cubrir las necesidades de energía para mantener el peso dentro de límites de normalidad, abundantes en fibra dietética, bajos en sal y con pocos azúcares refinados. Como se menciona anteriormente, las personas sedentarias tienden a ser sobrepesos u obesos por presentar un balance positivo de energía en el que la ingesta de calorías sobrepasa los gastos de energía, y el exceso de calorías se convierte en TG en el tejido adiposo. Los pacientes con exceso de peso tienden a frustrarse cuando no alcanzan los objetivos reductores deseados, por lo que se requieren metas realistas de un 5-10 % de disminución de peso; incluso mantenerse en el peso alcanzado durante un año sin aumentos se considera satisfactorio. La fibra de la dieta está compuesta por carbohidratos no digeribles ni absorbibles, como la celulosa. Su importancia radica en el poco aporte de calorías y en la reducción del riesgo de diversas enfermedades, como el estreñimiento, el cáncer de colon, la diverticulitis y la apendicitis, además de su efecto sobre la hipercolesterolemia, es abundante en los vegetales y frutas que también aportan micronutrientes, como minerales y vitaminas, y se recomiendan mucho en pacientes con SM. Además de la dieta sana, para controlar el peso corporal y los factores de riesgo del síndrome se requiere incrementar la actividad física y realizar ejercicios.  Actualmente se recomiendan ejercicios aeróbicos, como caminar de prisa, trotar, montar bicicleta, bailar y otros, al menos durante 30-60 minutos diarios casi todos los días de la semana. Estas recomendaciones son de particular interés para las personas sedentarias o con exceso de peso corporal.  El ejercicio físico aerobio de baja intensidad reduce la resistencia a la insulina, la presión arterial, eleva los niveles de HDL y disminuye los niveles de LDL y TG por medio de efectos directos sobre la adiposidad e indirectos por mecanismos no bien precisados. 

El hábito de fumar incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y diversos tipos de cáncer, por lo que se debe desaconsejar en los pacientes con SM. Esto es válido también para el consumo de alcohol. Las bebidas alcohólicas proporcionan energía desprovista de otros nutrientes (energía vacía) y es poco el beneficio que aportan, vinculado a pequeños aumentos de las HDL, en comparación con sus efectos negativos. El alcohol es un tóxico directo de las células hepáticas; primero produce esteatosis, esteatohepatitis y, por último, cirrosis hepática, enfermedad sobre la que se desarrolla mucho más frecuentemente  cáncer hepático. Efectos dañinos similares produce en otras células como las del sistema nervioso central. Es importante el control de la presión arterial en los hipertensos y de la glicemia en los diabéticos. El tratamiento farmacológico de la obesidad se debe reservar para los pacientes con obesidad mórbida y en los que no se debe de olvidar que lo prioritario es modificar sus hábitos, ya que desafortunadamente muchas personas buscan reducir su peso en base a la toma de medicamentos y por lo regular no desean realizar ejercicio en base a múltiples pretextos como son falta de tiempo, de oportunidad, inseguridad etc.

Como podemos observar es de gran ayuda modificar nuestros hábitos para la prevención no solo del cáncer sino de la obesidad,  diabetes e hipertensión arterial, que son por cierto, las primeras causas de muerte en nuestro país. Con solo cuidar nuestra dieta, realizar ejercicio de forma rutinaria, controlar el peso, evitar fumar e ingerir bebidas alcohólicas podemos prolongar nuestra expectativa de vida así como la calidad de la misma.

Para mayor información consulta  www.oncologia.mx

 

 

 

 

 

 

Acerca Redacción

Equipo de redacción de la red de Mundodehoy.com, LaSalud.mx y Oncologia.mx

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