Por: Dr. Jorge Luis Martínez Tlahuel, Médico especialista en Oncología Médica del Instituto Nacional de Cancerología.
Oncologia.mx.- El glioblastoma (GBM) es un tumor que se origina de los astrocitos, es muy agresivo porque las células malignas se reproducen rápidamente y tienen un vasto aporte de vasos sanguíneos.
El GBM es el tumor primario más frecuente del encéfalo; representa el 12-15% de las neoplasias intracraneanas. La prevalencia de glioblastoma en EE.UU. y Europa es de 3-4 casos nuevos por cada 100.000 habitantes por año, aunque estos datos pueden variar según los países. En nuestro país no contamos con una estadística exacta.
Esta neoplasia se origina en los hemisferios cerebrales principalmente, pero puede originarse en cualquier parte del cerebro o cordón espinal.
Hay dos formas de presentación, el primario es el más común y agresivo, y los secundarios, estos últimos tienen una historia de crecimiento lento y de larga duración. Pueden iniciar como tumores de bajo grado y con el paso del tiempo llegar a ser de alto grado. Se presentan principalmente en personas de 45 años o mayores, y representan el 10% de todos los glioblastomas.
Debido al rápido crecimiento de esta neoplasia, los síntomas más frecuentes son debidos al incremento de la presión intracraneal, por ejemplo: dolor de cabeza, náusea, vómito y somnolencia. Dependiendo de la localización del tumor, los pacientes pueden desarrollar diversos síntomas como debilidad de la mitad del cuerpo, pérdida de la memoria o dificultad para hablar, crisis convulsivas, cambios de personalidad, así como cambios en la visión. Las metástasis por esta enfermedad son extremadamente raras.
El diagnóstico se hace a través de una adecuada evaluación neurológica y estudios de imagen como la tomografía y resonancia magnética.
Es importante el adecuado abordaje clínico que incluye la valoración neuropsicológica, los estudios del lenguaje o los estudios en los que la participación del paciente sea definitoria, como la resonancia magnética funcional.
Durante la elección del tratamiento, es importante la evaluación clínica neurológica, el estado funcional y la calidad de vida. Además de la edad del paciente, tamaño y localización del tumor, las posibilidades de la resección quirúrgica máxima y la voluntad del enfermo de acuerdo a las probabilidades de supervivencia y morbilidad (secuelas neurológicas secundarias al tratamiento).
El tratamiento quirúrgico tiene tres objetivos, el primero de ellos es para estudio de patología (esta puede ser a través de cirugía abierta o por mínima invasión), la segunda es para disminuir la presión intracraneana que está condicionada por el efecto de masa del tumor y por último, como intento de realizar la resección quirúrgica máxima. El mejor pronóstico, es para aquellos pacientes con una resección tumoral mayor del 90%, preservando la función del paciente.
En el Instituto Nacional de Cancerología, contamos con un equipo multidisciplinario que nos permite realizar un abordaje funcional diagnóstico y terapéutico de la lesión, principalmente en tumores con cercanía en áreas elocuentes (motora, lenguaje, sensitiva y visual), en pacientes con datos de focalización neurológica y en neoplasias profundas (núcleos de la base, ventrículos y tallo cerebral).
Después de la cirugía o en los casos donde la intervención quirúrgica no es posible, el tratamiento a seguir es la radioterapia con quimioterapia. La radioterapia se administra tras valorar la cantidad de tumor residual que queda tras la intervención quirúrgica. El radioterapeuta administrará la radiación al resto del tumor y minimizar la cantidad de tratamiento al tejido nervioso vecino. Este tratamiento se da en una sola dosis al día durante 6 semanas (60 Gy). En la radioterapia convencional, se aplica un haz externo de radiación enfocado a una región entera del cerebro que contiene el tumor. La radiación se fracciona en muchas dosis pequeñas y se administra durante un largo período de tiempo (normalmente 5 a 7 semanas, excluyendo los fines de semana). La radioterapia conformada es un tipo de radioterapia convencional en el que se ha modificado el haz de radiación para darle una forma que se aproxime a la del tumor. El objetivo es aplicar la máxima cantidad de radiación al tumor mientras se reduce la cantidad de radiación que alcanza a otras partes del cerebro. Es una modalidad de tratamiento mucho más moderna y con menos daños al cerebro normal que rodea al tumor.
El tratamiento recomendado internacionalmente es cirugía y quimioterapia y radioterapia concomitante con temozolomida, esta modalidad de tratamiento es bien tolerada. Ofreció una mejoría estadísticamente significativa de 14.6 versus 12.1 meses en comparación con radioterapia sola. Además se observó que un 25% de los pacientes estaban vivos después de 2 años de tratamiento.
Otras posibilidades terapéuticas estudiadas en los últimos años, son los medicamentos dirigidos contra la angiogénesis, como el uso de bevacizumab. El año pasado se publicaron dos estudios multicéntricos fase III que tuvieron como objetivos primarios la supervivencia libre de progresión (SLP) y la supervivencia global (SG), en ambos se demostró un beneficio en la SLP y en otros parámetros como la calidad de vida, y la disminución en el uso de esteroides. Sin embargo, no hubo mejoría en la supervivencia global. Por esta razón, en las guías americanas no lo recomiendan como un tratamiento estándar.